DE LA
SEMENTERA A LA ERA
La agricultura ha sido hasta época muy
reciente la actividad principal de los
habitantes de la Sierra de las Nieves, pues
el sector de la construcción e industrias y
servicios afines la han relegado a un
segundo plano en las últimas décadas. Dicha
actividad agrícola, basada en la trilogía
mediterránea del cultivo de trigo, vid y
olivo, ha configurado un modus vivendi
característico y común a todos nuestros
mayores.
Con el siguiente análisis comprobaremos
someramente el trasiego diario de gentes y
ocupaciones en su quehacer diario. Para ello
tomaremos el encabezado de este escrito: de
la sementera a la era.
Comenzaba este ciclo en el otoño, con las
primeras lluvias, cuando los campos se
llenaban de gañanes con sus yuntas de mulos
o de vacas para labrarlos a fuerza de obrás.
Una vez arados los campos estos se amelgaban
para rociar el grano, o bien se pintaban
(sembraban a golpe) tras el surco abierto
por la vertedera del arado.
Ya en el invierno, e incluso la primavera, y
una vez germinados los granos y habiendo
alcanzado un porte adecuado se procedía a la
escarda de las malas hierbas. Pocas labores
más se le habrán de dar a los cereales
(trigo o cebada) o a las leguminosas
(garbanzos, yero, arveja, habas) hasta
llegado el verano.
Una vez secados por la pertinaz acción del
Astro Rey las cuadrillas de agricultores
procedían a su siega o arranque (en el caso
de los garbanzos). Hocino en mano, con la
salvaguarda de manija y mandil, segaban los
campos gavilla a gavilla, parando únicamente
para mal saciar la sed con el agua de un
cántaro caldeado al sol.
Tras la siega había que llevar las gavillas
hasta la era, es decir, había que
barcinarlas, para lo cual se hacían
imprescindibles las reatas de mulos. Las
bestias de carga se aparejaban con el hato y
las angarillas para barcinar la mies.
Llegados a la era, las gavillas se esparcían
por el suelo para proceder a su trilla,
primero mediante el pisoteo de las bestias y
más tarde con la ayuda del rulo (trillo),
que trituraban la paja y separaban el grano
del cascabullo (envoltura del grano). Es así
como se conformaba la parva, que no es más
que la mies amontonada en la era.
A continuación se aventaba la parva con
bieldos y palas de madera para separar el
grano de la paja. De la fuerza y dirección
del viento dependía la duración de esta
tarea, pues si el viento era cambiante había
que “volcar” la parva para el lado del que
entrara ahora. Por esta razón las eras se
ubicaban en lugares altos y de cara al
embate del viento.
Para contribuir a la limpieza de la parva se
barrían y rastrillaban las granzas (residuos
de paja gruesa, espiga, grano sin
descascarillar, etc.) de la misma,
finalizando la trilla con el cribado y
envasado del grano. Es en el envasado cuando
se utilizaban las unidades de medida
anteriores al sistema métrico decimal, casi
extinguidas en la actualidad, tales como la
fanega, la cuartilla y sus correspondientes
divisores (almud, medio almud, celemín,
cuartillo, etc.).
Ahora sólo restaba guardar el grano y la
paja en pajares y almiares, otro duro
quehacer, pues con sábanas y con barcinas
tenían que guardar la paja bajo un sofocante
calor y soportando el picor y el polvo que
desprenden la paja y el grano recién
cosechados.
Ha llegado el momento de volver a los campos
con el ganado y apurar los rastrojos que la
siega dejó. Llegado el otoño, nuevamente
comienza este ciclo vital, que se repite en
el tiempo desde la Antigüedad y que sólo el
motor de la industrialización ha cambiado,
aunque queda la incertidumbre de si se ha
adelantado camino.
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